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sábado, 30 de mayo de 2015

Gotas de Vida


Este cuento que os paso a relatar es de Genny álvarez, lo público junto a otros séis más , pero de ella tengo permiso para que tod@s podáis contagiaros de la magia  de él no digo nada más solo que lo disfrutéis como yo lo hecho ......

Iris se tumbó en el sofá, estaba cansada. Había pasado toda la mañana en el parque con sus amigos. El colegio había terminado, estaban de vacaciones y por la tarde Aitor había prometido que llevaría una bolsa llena de globos.
Sonrió feliz. Se lo iban a pasar genial. Junto a los columpios del parque había una fuente, llenarían los globos de colores de agua y terminarían todos mojados, como en la piscina.
—Lávate las manos, Iris, vamos a comer.
—Vale mamá.
Abrió el grifo, cogió la pastilla de jabón y la hizo rodar entre sus manos. Frotó con fuerza, le encantaba ver como la espuma y las pompas de jabón crecían entre sus dedos. Sopló sobre una burbuja que comenzó a temblar hasta que estalló.
Le gustaba este juego. Sentir el agua sobre sus manos, fresquita. Volvió a tomar el jabón, necesitaba más espuma pues quería hacer una pompa gigante.
—¿No te tengo dicho que el agua no se malgasta? —dijo su madre con el ceño fruncido y cerró el grifo.
—¡Jooo, mamá! Si ha sido solo un momento —protestó—. Además mira, el agua no se gasta.
Y volvió a abrir para que su madre comprobase que era cierto lo que decía.
—¡Aclárate las manos, ya! —Ordenó María, su madre—. Y sí, el agua se gasta.
Iris no estaba tan segura. Tanto en su casa como en la de sus abuelos y en el cole los grifos siempre tenían agua. ¿Y qué tenía que decir su madre de la piscina a la que iban a pasar los domingos? Estaban todas llenas. Las tres. Tanto que con esa cantidad del transparente líquido ella tendría para lavarse las manos hasta que se hiciese mayor.
Y esa tarde le enseñaría a su madre que en la fuente también había agua y que tampoco se gastaba.
—Lávate las manos, las tienes sucias de la sandía.
¡Jo con su madre! Le regañaba para que no gastase agua y sin embargo le volvía a volvía a mandarla a que se lavase.
—Y esta vez no juegues.
Obedeció sin chistar. Quería ver la película de dibujos animados que ponían por la televisión y ya se oía la canción.
Se tumbó sobre su cojín favorito y comenzó a cantar junto al hada traviesa de los dibujos. Su madre se sentó junto a ella y aprovechó para recostar su cabeza sobre la tripa de su mamá, se sentía muy a gusto cuando la usaba de almohada.
—¡Oh, oh!
—¿Qué? —preguntó sin despegar los ojos de la pantalla.
—Truenos. Me parece que se va a estropear la salida de esta tarde.
Miró hacia la ventana y frunció el ceño. Sí, mamá tenía razón. Ahí estaban las primeras gotas de agua resbalando por los cristales.
—Quizás escampe —comentó María que acariciaba su pelo.
Escuchar los latidos del corazón de mamá la relajaba. Le pesaban los ojos.
Unas risitas atrajeron su atención y miró a su madre. Parecía dormida. Encogió los hombros y siguió viendo las aventuras del hada pero, de nuevo, esas carcajadas traviesas la distrajeron.
Levantó la cabeza y miró hacia el lugar de donde procedían: la ventana. Allí centenares de gotas salpicaban el cristal, se deslizaban despacio al principio para luego unirse unas con otras y bajar a toda velocidad.
No supo por qué pero algo la hizo acercarse a observarlas de cerca. Entrecerró los ojos y pegó la nariz al frío vidrio. No, sus ojos no la engañaban, las gotas de agua le sonreían y saludaban con sus diminutas manitas.
—¡Hoolaaaa! —Oyó que la saludaban contentas.
—Hola —respondió.
—¿Quieres unirte a nosotras? —preguntó una gota que parecía tener el flequillo de punta.
—No puedo, soy demasiado grande y además no soy como vosotras.
—Eso no importa, el cuerpo humano es todo agua.
—No es agua —informó Iris—, es sangre.
—Pero la sangre está formada por nosotras y células —replicó la gota—. Cierra los ojos. Desea con todas tus fuerzas parecerte a mí. Ya verás.
Iris obedeció. Cerró sus bonitos ojos castaños, fuerte, muy fuerte, como cuando soplaba las velas del pastel de cumpleaños, y esperó. ¿El qué? No lo sabía.
—¡Biennn! —las centenares de gotas gritaban entusiasmadas.
—Rápido, antes de que caigas al suelo, agárrate a mi mano.
Abrió los ojos y vio la diminuta manita de agua que se extendía hacia ella. Se sujetó con firmeza a esos dedos y notó como su cuerpo, que ya no era humano sino transparente y con forma de lágrima, se pegaba al cristal.
Las gotas de lluvia se deslizaban a gran velocidad, curiosas por verla. Se vio rodeada por ellas. Reían contentas.
—¿Vienes a jugar?
—No sé, mi madre se despertará y no quiero que se enfade si ve que no estoy.
Todas las gotas comenzaron a reír.
—Esto es un sueño. No te moverás de su lado pero queremos enseñarte lo importante que el agua, nosotras, somos para que la vida exista en este planeta.
Al saber esto Iris asintió.
—¡Comienza el viaje! —exclamó su nuevo amiguita.
Tiró de su mano, que aún agarraba con fuerza, y se deslizaron por el transparente tobogán que formaba el cristal; era como bajar por una montaña rusa. Gritó entusiasmada viendo cómo el resto de las gotas les seguían abrazándose hasta formar un chorro de agua que caía veloz hacia el enorme charco que se formaba por debajo del ventanal de su casa.
Se arrastraron por la acera creando un torrente que corría hacia una de las alcantarillas de la ciudad.
Iris vio que el agua allí era turbia pero poco más pudo observar ya que corrían veloces girando y girando sin parar.
De repente, más adelante, una luz se abrió paso a través de la oscuridad que la rodeaba.
—Ya llegamos —fue la escueta información que recibió de su amiga HacheDoson 
La luz traspasó las turbias aguas y fue ganando intensidad. Sintió como las miles de gotas que se hallaban a su alrededor la empujaban a la superficie y se encontró flotando en el cauce de un río.
De repente, de entre las aguas, surgió un brillo plateado. Y otro y otro más allá.
¡Peces! Saltaban por encima de ella, zambulléndose en la embravecida corriente, atrapando los insectos que revoloteaban en el aire.
Vio conejos, pájaros de muchas especies y preciosos colores. Todos se acercaban a la orilla del río para calmar su sed.
HacheDoson le contó que ella había visto cervatillos, lobos e incluso conocía a una familia de nutrias pues estuvo conviviendo con ellos.
El río por el que se movían se unió a otro más grande. Traspasaron bosques, llanos, ciudades. El cauce se hizo más lento, estaban casi parados. El sol calentaba su interior, sentía que su cuerpo comenzaba a cambiar. Tomó la mano de HacheDoson, ella le sonreía. 
Se transformaron en vapor de agua y notó como su cuerpo dejaba de pesar y se elevaba en el aire, arriba muy arriba, a este paso llegarían a tocar la luna. Pero no, comenzaron a jugar al corro de la patata y a ellos se unieron millones de gotas. Mirase donde mirase sus nuevas amigas reían y se abrazaban fuerte, y se sorprendió al comprobar que se habían convertido en una nube. Blanca, esponjosa, de esas que le gustaba mirar cuando era humana porque se transformaban en un avión o un pájaro, incluso una vez una de ellas fue un dragón con alas por unos instantes. 
El aire frío los desplazaba por el cielo azul. La tierra desde allí parecía una mezcla de colores. Verde donde la vegetación abundaba, amarillo donde la tierra era predominante o las plantas estaban secas, ríos de plata similares a los que ponían ellos en el portal de Belén.
Bandadas de pájaros revoloteaban por debajo de ellos.
—¡Nortito! —saludó entusiasmada HacheDoson—. Es el viento del Norte, él nos ayudará a llegar.
—¿Llegar dónde?
—Ya lo verás. Vas a alucinar.
Nortito les zarandeó con fuerza, Iris estaba mareada pero una vez que se acostumbró disfrutó del viaje.
El viento sopló y sopló hasta hacerla tiritar. Tanto tembló que dejó de tener forma de lágrima y su cuerpo se transformó en un copo de nieve.
Miró a su amiga la gota y a sí misma. Brillaban igual que las estrellas de purpurina que pintaba en casa y como casi no pesaban, danzaban en el aire sin parar.
Las nubes que estaban por debajo de ellos se abrieron ofreciéndole un maravilloso espectáculo.
Allá donde sus ojos se posaban todo era blanco como el algodón. Gritó maravillada al ir descendiendo. ¡Aquello que se movía entre el hielo era un oso polar!
—Déjate caer —avisó HacheDoson.
Y lo hizo, pero allí abajo hacía tanto frío que se tornó en granizo. Se notó rígida, apenas podía mecerse en el viento y ¡zas! Con tal mala suerte que fue a caer contra el ojo de una foca.
—¡Eh, mira por dónde vas! —protestó enfadada.
—Disculpe, lo siento mucho.
Al rebotar cayó al mar. Podía ver a las focas nadando veloces entre las azules aguas; perseguían a los peces y de vez en cuando las veía pasar con uno entre sus dientes. Le dio mucha pena pero sabía que tenían que comer.
La pelota dura en que se había convertido su cuerpo se fue ablandando y volvió a ser una gota de agua y por el sabor que tenía en la boca, de agua salada.
Conoció a delfines, ballenas, tiburones y hasta estuvo en un arrecife donde pudo jugar con los peces de colores. Todos le contaban cómo necesitaban el agua para vivir, para poder alimentarse y que estaban muy enfadados con los humanos porque ensuciaban con sus desperdicios el mar.
Se subió a lo más alto de las olas y le encantó surfear encima de ellas. Retó a HacheDoson a ver quién era más rápida y empataron porque ambos se convirtieron en espuma de mar y se quedaron pegados a la arena de la playa donde, de nuevo, los rayos del sol los convirtieron en vapor.
Fue cuando conoció a los vientos alisios que les llevaron a la selva amazónica. Nunca había visto tantos árboles y plantas juntos. Habló con los tucanes, tapires y un caimán llamado Juancho. Refrescó a las flores, las alimentó y las hizo crecer y pudo ver que los humanos con sus excavadoras y sus sierras eléctricas estaban matando a muchos árboles. 
Estito, el viento del este, les llevó al Polo Norte. Se rió mucho con los andares de los pingüinos; le recordaron a su padre cuando se vestía para las bodas.
Mamá iceberg le explicó, con tristeza, como cada día se rompía un poquito más, que hacía mucho tiempo atrás ella era inmensa pero que la contaminación del aire había provocado un agujero en el cielo y los rayos del sol eran tan fuertes que la derretían. Fue en un pedazo de ella que Iris llegó a África montada de nuevo en un alisio. 
Allí pudo ver todos los animales que más le gustaban del zoo pero no estaban en jaulas, corrían libres por el campo que ellos llamaban sabana.
Iris observó que ella sí que era necesaria. Los animales recorrían largas distancias hasta encontrar el agua y no solo ellos, los humanos también. Escuchó cómo se quejaban de que esta se gastaba con mucha rapidez y tenían que viajar de nuevo hasta encontrar más pozos y riachuelos.
Recordó las palabras de su madre. Entonces ¿era cierto?
HacheDoson le presentó a otros amigos. Y cuando mejor se lo estaba pasando comenzó a evaporarse hasta volver a formar parte de una nube gris.
El viento empezó a soplar, la sacudió y cayó por su propio peso. Los edificios se acercaban a gran velocidad y vio la ventana de su salón. Estaba abierta. Sin dudarlo meneó los pequeños brazos, igual que si nadara en el aire, y tomó la dirección hacia su casa.
Se deslizó hacia el final del vidrio, agarró con la mano el aluminio de la ventana y se impulsó.
Antes de caer al suelo sintió como su cuerpo volvía a ser humano.
En el cristal HacheDoson y el resto de gotas de lluvia la observaban sonrientes y se despedían de ella.
Sonrió al mismo tiempo que una lágrima brotaba de sus ojos. Suspiró resignada y buscó a su madre con la mirada. Seguía en el mismo lugar donde la había dejado. Dormida. Y la película de dibujos animados que había comenzado a ver había dado paso a un programa infantil. Se tumbó en el sofá con la cabeza en el regazo de su madre y sonrió feliz. Cuando les contase a los de la pandilla el viaje que había hecho no se lo iban a creer.
—Iris despierta. —María zarandeaba con suavidad el hombro de su hija—. Ha dejado de llover, creo que al final tendréis fiesta de globos.
Parpadeó confusa. Todo había sido un sueño.
—Te prepararé la merienda.
—Está bien, mamá.
Se levantó para ir a beber agua, tenía sed y recordó la cara de HacheDoson. No, hoy jugarían con los globos a la guerra de agua pero convencería a sus amigos que los llenasen de aire. El agua NO se podía desperdiciar.
—Qué pena. Tan solo un sueño —comentó refunfuñada de vuelta al salón. Había sido tan real.
Le pareció oír unas risitas en el cristal. ¿O no?

FIN